SINOPSIS:

Contar historias siempre ha sido una tarea impuesta a los druidas, a los brujos, a los ancianos, a los sacerdotes. En la noche de los tiempos se convocaba al clan en torno a la hoguera para escuchar cómo se labraba ese fino encaje de la memoria tribal. Y, desde entonces hasta nuestros días, ese cuento tenía un doble propósito: entretener y enseñar. O enseñar y, de paso, entretener.

Por eso nuestros hijos, nuestros nietos, nos piden que les contemos un cuento antes de dormir. Y no pocas veces reclaman el mismo cuento. Porque sienten que encarnan a ese héroe, pese a todo, prevalece en medio de la tribulación. Y, si la historia es de miedo, al experimentar el terror en un ambiente controlado se sienten más fuertes, más pacificados para entregarse al sueño con la esperanza de vencer, ellos también, cuando el mal se presente en la vida real.

En esta nueva novela, vuelve Victoria, vuelve Tomás, vuelven los gemelos Pinoaga. Pero, sobre todo, vuelve el mismo terror adobado con otras especias que, con malsano deleite, hacen retumbar ese regusto a pesadilla asfixiante. El mismo terror, un carnaval de fenómenos, otro enemigo. O quizás…

San Agustín nos enseña que el signo no es la imagen que nos traen los sentidos, sino el reflejo de algo que no está allí; que es otra forma de decir que tramamos imágenes para simbolizar lo que no se puede aprehender. En esta novela, el autor nos evoca aquello que está del otro lado del espejo, ese cuchicheo que nos eriza la piel y nos despega el alma. Las páginas de este libro queman, y uno desea avanzar con urgencia desaforada. Porque Victoria en el infierno de las pesadillas vivientes es una exhibición de  maestría, suspenso, pulso narrativo y final arrollador. No es nada inesperado en un maestro de escritores. Marcelo di Marco es un sabio sabedor de antiguos saberes. Pero también es un iniciado en los secretos del Símbolo. Y nos presenta una historia fabulosa que entretiene pero que también enseña en el camino de la Esperanza.